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La Armada Chilena en la Segunda Guerra Mundial
Una flotilla conformada por seis modernos destructores de la Armada de Chile denominados “Hyatt”, “Orella”, “Videla”, “Serrano”, “Riquelme” y “Aldea”, liderada por el acorazado “Almirante Latorre” y buques auxiliares de la flota custodió con la eficacia, sacrificio y abnegación de sus tripulaciones el mar territorial chileno durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.
Esto especialmente cuando el Gobierno de la República de Chile rompió sus relaciones diplomáticas con los países del “Eje” el 20 de enero de 1943 y declaró posteriormente la guerra al Japón, una de las potencias participantes en el conflicto. Todo ocurrió durante el Gobierno del Presidente Juan Antonio Ríos Morales, antecedentes que se vuelven a recordar al conmemorarse el 6 de agosto pasado, los 67 años del término de este conflicto.
Durante el transcurso de la guerra las legendarias unidades de la escuadra chilena patrullaron intensamente nuestro litoral norte en permanente vigilancia navegando en estado de guerra, generalmente con la mitad de su armamento cubierto, en duras jornadas desarrolladas día y noche, manteniendo un máximo de velocidad cuando en la ruta se avistaban objetos sospechosos, tocando zafarrancho general de combate y haciendo sonar pitos y sirenas se desplegaban por las zonas, donde supuestamente pudiesen haber embarcaciones sospechosas. En casos extremos se llegaron a lanzar bombas de profundidad.
En ese entonces los países aliados que se defendían del “Eje”, solicitaron al Gobierno de Chile – como centinela de esta parte del continente –garantizar el suministro de cobre tan necesario para los fines bélicos que se perseguían, ya que cada capsula o vainilla de guerra era confeccionada en bronce (aleación de cobre con hierro). Construcción de buques, tanques e infinidades de materiales de guerra. El único país abastecedor en gran escala de este estratégico material del cual dependían en gran medida las potencias aliadas era Chile cuyo mineral salía en un 90 por ciento de nuestros puertos.
Al recordar los entretelones de este conflicto se hace imperativo rememorar para las presente y futuras generaciones la brillante trayectoria de los mencionados navíos de la escuadra chilena, cuyas heroicas tripulaciones de Almirante a grumetes cumplieron con abnegación, sacrificio y celo profesional la más importante misión encomendada por el Estado chileno que declaró la guerra a uno de los países beligerantes. Nunca antes la Escuadra chilena, posterior a la Guerra del Pacífico, se vio enfrentada a un estado de beligerancia de tanta trascendencia histórica y de tanta importancia para la supervivencia de la Nación.
De igual manera, vaya un reconocimiento especial para el Cuerpo de Infantería de Marina que ante la propuesta de los Estados Unidos de Norteamérica de mandar tropas a vigilar nuestras costas para proteger los embarques de cobre y salitre, la respuesta del Gobierno chileno fue: tropas no, pero armamento sí. De esta manera los Infantes de Marina asumieron la total responsabilidad en el emplazamiento de este material llegado del país del norte. En estas condiciones fueron fortificados los principales puertos por donde salían los grandes embarques de cobre y su personal se mantuvo en permanente vigilancia durante la contingencia.
Nuestro aporte al éxito que tuvieron las potencias aliadas durante la Segunda Guerra Mundial fue grandioso, eficaz, heroico y nunca suficientemente narrado y recordado para la historia. Por tal motivo estimo que es necesario dejar constancia para la posteridad especialmente en los actos recordatorios del término de este conflicto, el reconocimientos para tan beneméritos servidores de la Armada de Chile que con esfuerzo y sacrificio participaron en el conflicto en misiones de trascendencia para el país y que con toda propiedad merecieron y merecen el título de “Veteranos de Guerra” de la Segunda Guerra Mundial, que aunque no participaron en una acción netamente guerrera, el estado de beligerancia existió.
¡Viva Chile!